La primera de ellas, quizás la más obvia, es resolver el desnivel de la parcela y aprovechar este desnivel para duplicar la superficie de la fachada que ofrece a las impresionantes vistas de La Manga.
Para ello, el proyecto resuelve el doble acceso, privado y público, y los vincula a las dos zonas habitables; una, en la planta superior, donde se ubican las habitaciones principales; y la otra, en la planta inferior, donde se abren las estancias más animadas de la casa -cocina, comedor y sala de estar-, en comunicación directa con la zona exterior de jardín y piscina.
El segundo leitmotiv del proyecto, el poético, parte de la premisa imperecedera de que no hay arquitectura sin el juego de la luz en ella. Y precisamente de esta vocación de admirar la luz, nace el patio central que finalmente articula la casa.
Un patio que nos permite ganar luz natural en las salas de juego –gimnasio, spa y sala de juegos– y que además crea un doble juego de exteriores a ambos lados de las zonas nobles, dando así la sensación de habitar simplemente una sombra entre dos jardines.
Pues bien, es en este patio elíptico donde se encuentra el verdadero corazón de la casa, un estanque junto a un pequeño prado de hierba y rocas, presidido por un olivo centenario y una escalera.
Por la naturaleza eterna y por la arquitectura. Es aquí donde a lo largo del día y de las estaciones, la luz del Mediterráneo que baña el mar menor transita libremente y nos hace conscientes de lo eterno y lo efímero.
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